«Une photographie c’est un arret du coeur d’une fraction de seconde»…
La mirada decide el encuadre, la cámara se pone a su servicio y la vida se detiene apenas un breve parpadeo para quedar por siempre congelada en una imagen milagrosa que será testigo de los tiempos.
Archivados con detalle quedan nuestros gestos infantiles, los paisajes viajados, los rostros desaparecidos, los momentos memorables…las celebraciones y los hallazgos..
Cuando hay romance entre el fotógrafo y la cámara, la fotografía capta lo que el fotógrafo piensa…el objetivo acata la voluntad íntima del artista y rescata justo aquello que su retina escoge, generándose una sinergia mágica que sublima la realidad. Hoy día la tecnología ha puesto a nuestro alcance la posibilidad de realizar fotografías de excelente calidad desde casi cualquier dispositivo. Es un hecho.
También lo es que NADA sustituye la mirada del artista.
La fotografía es una decisión que la cámara no puede tomar, es el resultado de una sensibilidad única e irremplazable. La mirada del autor tiene firma, el fotógrafo elige de entre todas las realidades posibles, aquella que el instinto le señala. Cada autor tiene claramente su propio espíritu y su obra queda decisivamente impregnada por aquello que lo motiva y lo alimenta.
A Frederique le mueve la luz.
La luz natural protagoniza su biografía. Está presente en su obra de la misma manera en que ilumina los paisajes de su infancia. Se mueve bajo el sol como pez en el agua. Abundan en su galería las instantáneas al aire libre, la naturalidad y la frescura del gesto espontáneo. Hay complicidad con los objetos y las miradas.
Incluso en los trabajos de estudio ó bajo techo, la vocación sigue siendo invocar los matices cálidos y envolventes del sol. Reflejar los colores originales es la pauta, y capturar las expresiones genuinas su vocación.
Frederique dirige la mirada justo ahí donde la luz se posa y la hace coincidir con la luz singular del rostro que se asoma a su objetivo. Surge de ese encuentro un resultado radiante: la belleza sin rastro de artificio.
Andri Söderström